9 de octubre de 2008

DORA COLEDESKY

Detrás de ese aspecto tranquilizador de clásica abuelita de Caperucita Roja (sólo le faltaría la cofia con puntillas), hay una militante incansable de toda la vida, una feminista actualmente comprometida a full con la campaña por el derecho al aborto. A punto de cumplir los 80 el próximo 21 de junio, Dora Coledesky acaba de plantar pensamientos y alegrías del hogar en el jardín de su casa de Ituzaingo, donde vive con su marido Angel Lázaro Sanjul.

Aunque no la atraen las manualidades del hogar –ni cose ni teje–, sí es capaz de cocinar con gusto algunos platos, como el locro que preparará el domingo –una receta de su madre, que aprendió en Tucumán– para su nieto Diego, que cumple años.

Además de leer mucho y mirar películas por el cable con su marido, Dora dedica buena parte de su tiempo a trabajar, a trabajar con la computadora, tanto en la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, como en la escritura de artículos e intercambio de correos. Y, desde luego, no deja pasar oportunidad de estar con sus dos nietos, su nieta, su bisnieta y su bisnieto.

A Dora Coledesky le cuesta un poco abrirse en esta entrevista para hablar de ella misma, de su historia personal. Hasta se diría que desconfía un poquitín de los motivos de la cronista. Pero después de un buen café se distiende y se explaya largamente, aunque cada tanto duda del interés de su propio testimonio.

Sobre el final del encuentro, con pudor, conteniendo la emoción, habla sobre su hijo Angel Francisco Sanjul: “Aunque lo haya perdido, mi hijo es parte de mi vida. Creo que él sufrió los vaivenes de nuestra militancia: lo tuve a los 24, éramos muy jóvenes, estábamos inmersos en la actividad política y quizás no comprendimos totalmente lo que significaba conducir la vida de un niño. En una etapa él se enfrenta a nuestra militancia, y cuando marchamos al exilio, decide quedarse. Se recibió de abogado ya grande, cuando regresamos acá él nos ayudó.. Yo estoy muy orgullosa de mi hijo, tenía muchas condiciones, era muy generoso. Cuando mi marido y yo nos jubilamos, él nos reemplazó y ejerció la profesión realmente como un apostolado. Escribía poesía, cuentos, una novela, todavía nada ha sido publicado. Era una persona muy valiosa desde todo punto de vista. Al principio, el dolor era insoportable, me sostuvo mucho la solidaridad de mis compañeras, el mantenerme en actividad. Ya van tres años y lo recuerdo de continuo, siempre está presente. El proseguir con esta campaña a favor de las mujeres es como un homenaje a él, que tenía esa conducta tan noble. No fue inútil su vida, ayudó a mucha gente, aparte de todo lo que significó para su familia”.

¿Tenés algún recuerdo puntual de cuándo empezaste a tomar conciencia de tu lugar de mujer en el mundo?

–El otro día me estaba acordando de esta heroína de la Historia, en realidad una prócer, Mariquita Sánchez de Thompson. Ella se animó a enfrentarse a sus padres, no aceptó el marido que le querían imponer, se casó con el hombre que amaba...

Yo tenía 13 años, estaba en el Liceo y creo que ahí se me despertó el corazón feminista, tanto me impresionó la rebeldía de Mariquita, esa voluntad firme de decidir su destino. Pero por otra parte, te podría decir que el feminismo en todo el sentido de la palabra lo aprendí en Francia, en la teoría y en la práctica.

Es cierto que desde muy joven yo había militado en el Partido Obrero Trotskista, donde no había mucha desigualdad, las mujeres que se lo proponían podían ocupar un lugar bastante a la par: yo intervenía en actos públicos como oradora, eso me dio bastante empuje, otras posibilidades. Era muy raro en ese entonces, en los años ’50, que las mujeres hablaran en público. Nosotras interveníamos en Once, en Constitución. Pasaban los hombres y se detenían porque les llamaba la atención. Algunos, por supuesto, se expresaban en son de burla: andá a lavar los platos, cosas por el estilo.

¿En qué momento venís de Tucumán a Buenos Aires?

–Vinimos con mi marido en el ’55, ambos estábamos en el Partido Trotskista, donde aprendí mucho sobre la militancia, fue una importante escuela política. Pero ese partido degeneró, ésa es la verdad: después de haberle dedicado bastantes energías, tuvimos que apartarnos. Mientras funcionó, fue una experiencia que valió la pena, se aproximaba a la interpretación que hacíamos en ese momento de la clase obrera, que tenía mucho peso en el país, cosa que ahora no sucede. Después, el partido se burocratizó, comenzaron una serie de problemas de discriminación. Ni mi marido ni yo quisimos seguir en esas condiciones. De modo que luego de veinte años, nos fuimos.

¿Debutaste en la militancia con este partido?

–No exactamente: antes de entrar en el Partido Trotskista, empecé a militar en la Federación Secundaria en Tucumán, donde conocí a Angel, él ya estaba en ese movimiento estudiantil. Después entramos en el Partido Socialista, vinimos a Buenos Aires. Yo ya era abogada, mi marido también se había recibido, pero estaba la idea de proletarizarse. Quizás no era el camino correcto esto de querer que los dirigentes de una fábrica vengan de afuera; después comprendí que debían surgir de la propia clase obrera. Pero igualmente para mí fue una gran experiencia entrar a trabajar en una fábrica, una lección política y de vida, más allá de lo que más tarde pasó con el partido. Hubo otras mujeres de la clase media que hicieron la misma experiencia.

¿Conocías la situación de las obreras antes de empezar a trabajar con ellas?

–Tengo que decirte que en la actualidad no se conoce, no se ha investigado la historia de las obreras en las fábricas de nuestro país. Ojalá algún día se pueda escribir esa historia, antes de que se pierdan los testimonios de primera mano. Eran establecimientos enormes, yo estuve en una textil donde había cinco mil obreras, La Bernalesa, que después cerró, también trabajé en otra más chica. Fue muy interesante, muy revelador descubrir la relación de las mujeres en la fábrica, ahí aprendí mucho sobre compañerismo.

Yo venía de la clase media y me sorprendió el lenguaje crudo y directo de las obreras, su franqueza. Tanto hablando de sexo como de cualquier otro tema, ellas llamaban al pan, pan, y al vino, vino. Por ejemplo, en las fábricas se hablaba de aborto como si tal cosa, tema que no se mencionaba en otros ambientes.

Era bastante común escuchar a una trabajadora decir: “Ah, Fulana no vino porque se hizo un aborto”. O sea, que las mujeres recurrían a la interrupción voluntaria del embarazo y lo comentaban sin reparos, se tomaba ese derecho en la práctica. No llegué a saber con qué recursos se manejaban, seguramente en ese entonces no era tan caro hacerlo en condiciones aceptables.

Tampoco las obreras tenían problemas en conversar sobre sus relaciones sexuales, darse mutuamente consejos. Algunas actuaban con bastante libertad. Me parece que las mujeres que hoy limpian por horas en casas de familia, aisladas de sus pares, no pueden tener esa vivencia que da el trabajo colectivo.

¿Las mujeres se metían en actividades sindicales, políticas en la fábrica?

–Sí, fue muy interesante verificar esto. Conocí a mujeres sumamente valiosas que, en su nivel, pensaban el mundo, la vida, intervenían políticamente. Por eso tenía la fábrica en aquel entonces: una vida política, se discutía todo y esa actividad proseguía en el barrio, que estaba cercano al establecimiento. Barrios que ya no existen, como dejaron de existir tantas fábricas.

Hay casos de huelgas de mujeres que nunca se contaron. Yo las he visto tirarles monedas a los burócratas, enfrentándolos, y también he visto cómo la burocracia las usaba a ellas, sus relaciones, para ejercer su dominio. Una vez se organizó un paro porque se había encontrado a un jefe con una empleada en el baño. Las obreras decían: para que se sepa que las fabriqueras no somos putas, de la puerta para afuera, cada cual hace lo que quiere (en realidad decían “de su culo un candelero”), pero no en el trabajo.

En otra ocasión, hubo un repudio en una sección donde un capataz había intentado tener relaciones con una obrera.

¿Hasta dónde llegaba la militancia de estas mujeres?

–Desde ya, las mujeres nunca ocupaban un lugar como dirigentes, pero exigían, expresaban su bronca en las asambleas. Entonces, te diría que bastante antes de conocer el feminismo en Francia como movimiento organizado, esta conducta de las obreras, su intento de hacer valer sus derechos, sus relaciones de hermandad, de respaldo recíproco, asistí en la práctica a un feminismo espontáneo.

Mujeres que venían del interior, acaso del campo, de trabajar en el servicio doméstico, se incorporaban a la fábrica y aprendían rápidamente lo que era manejar una máquina que no habían visto nunca, se interiorizaban sobre lo que era un sindicato, estrechaban relaciones entre ellas. Para ellas era un salto adelante, un progreso en el que se ubicaban aceleradamente. Solo estuve dos años y medio, pero fue un aprendizaje extraordinario para mí.

¿Se daban cuentan las trabajadoras de que vos venías de otro sector social?

–Claro que se daban cuenta perfectamente de que yo no pertenecía al medio de ellas: por mi aspecto, mi manera de expresarme... Pero a pesar de mi origen distinto me respetaban, quisieron elegirme delegada. Pero se metió la burocracia y creo que hubo una trampa para que yo no saliera, pese a que mis compañeras –más vivas que yo– propusieron ir todas juntas a controlar la urna para evitar el fraude.

Me emocionó que ellas me eligieran a mí, me consideraran capaz de ser su delegada. Estas compañeras nunca supieron que yo era abogada. A la única que se lo dije fue a una chica uruguaya, la fui a visitar a su casa, le comenté a qué partido pertenecía. Lo tomó bien, era una muchacha muy avanzada, en la fábrica la quería todo el mundo, era una persona especial.

¿Cuál es el origen de tu familia? –Mi familia es argentina de origen judío, con una abuela paterna rusa, apasionada por la política, gran lectora. A mi casa llegaban los periódicos del Partido Socialista y yo me los tragaba, se vivió de cerca la Guerra Civil Española. Mi papá se dio cuenta hacia dónde tiraba yo, me alentó mucho. El era un autodidacta que sabía de todo, pero sin educación formal. Me ayudó mucho para que yo pudiera seguir la carrera de abogacía. Mi madre tuvo tres hijas, era una gran persona muy intuitiva, yo la quería mucho, tuvimos una linda relación. Ella había trabajado desde los 14 con la máquina de escribir, empleada de comercio en una época en que no existía el sábado inglés. Tan joven, su vida era muy sacrificada: tenía cuatro hermanos varones, uno mayor que ella, y como mi abuela materna sufría de depresión, ella tenía que cocinar, limpiar la ropa, ocuparse de la casa cuando volvía del trabajo. Estuvo en La Piedad, lo conoció a mi padre cuando estuvo empleada en Singer.

Y la vida que hizo junto a mi padre también fue difícil. El era un tipo de clase media que no encajaba en ningún lado. Al no ser obrero, tenía que trabajar de corredor, vender libros. Nosotros habíamos vivido primero en Buenos Aires, donde hice el primer grado. Nos vamos a Rosario cuando trasladan a mi padre, que estaba en Espasa Calpe, allí hago el resto de la primaria y parte de la secundaria. A continuación, a mi papá lo contratan en Tucumán, donde vivía una hermana de él que tenía un negocio. Tenía 14 cuando nos fuimos a vivir allí, un lugar tan distinto de Rosario. Tucumán era una provincia muy pobre donde las diferencias sociales eran muy grandes, una discriminación que no ha desaparecido del todo. La sigue habiendo ahora, pero no tan fuerte porque se desarrolló al impulso del capitalismo.

¿Cómo fue que decidiste casarte tan joven? –Angel era un tipo especial, muy inteligente, me despertaba respeto y admiración además de amor, no era cuestión de dejar pasar a un tipo como él, te digo sinceramente. Cuando me casé, todavía no tenía yo ideas tan igualitarias dentro de la pareja.

Para mí fue decisivo venir a Buenos Aires con mi marido porque en Tucumán era inevitable sentir el arrastre cultural, todos esos prejuicios de la provincia sobre cómo debe ser una familia. Y aunque nosotros nos habíamos liberado un poco de ciertas ideas recibidas, estaba esa presión que nos rodeaba.

Por eso digo que tuve un primer despertar en Buenos Aires y un segundo despertar en Francia. Mi marido, en un principio inevitablemente influido por el machismo, también evolucionó. Creo que mi propia evolución ayudó a la suya. Pienso que yo contribuí a que se liberara de ese rol masculino que también aprisiona a los hombres. Todo lo que hago actualmente, me gusta comentárselo, consultarlo con él, a menudo me hace aportes interesantes.

¿Qué sabías del feminismo antes de irte a Francia?

–En Buenos Aires conocí a algunas compañeras que militaban en el movimiento, como Magui Bellotti, tenía simpatía por el feminismo pero no lo había asumido en toda su importancia. Fue en Francia donde se me abrieron los ojos, conocí a mujeres brillantes, el movimiento feminista tenía una gran vitalidad, gran envergadura.

Se hacían reuniones de 500 mujeres, en la universidad de Vincennes, por ejemplo. A una de esas reuniones nos invitaron a las exiliadas para que contásemos lo que sucedía en nuestros países, luego surgió la idea de hacer un grupo de mujeres latinoamericanas que duró bastante tiempo.

De manera que yo fui avanzando, conociendo, reflexionando en contacto con el feminismo francés. Al llegar a París, nos integramos con mi marido a la Liga Comunista Revolucionaria porque daba la posibilidad de hacer tendencias y fracciones.

Constituimos una tendencia integrada por feministas y homosexuales varones. Y en un congreso, logramos imponer la idea de que el movimiento feminista debía ser autónomo, no depender de ningún

partido. Cuando vinieron las Madres de Plaza de Mayo, avisé en diversos talleres universitarios. Todas las mujeres se reunieron en una especie de teatro, las Madres hablaron y una compañera las tradujo. Se hizo una colecta y se publicó una declaración de las feministas en Le Monde.

Creo que no se conoce aquí la forma en que ayudó el movimiento feminista francés a las Madres. En otra oportunidad, un 8 de marzo, en un gesto simbólico, al cartel de la rue Bonaparte le pusieron encima otro nombre: Les Folles de la Place de Mai. Colette Auger, una feminista muy prestigiosa, vino a Buenos Aires corriendo todos los riesgos para traer un hábeas corpus –que había preparado mi marido– a favor de los abogados y médicos desaparecidos. Acá le dieron dos días de plazo para que se fuera, bajo amenaza de detención.

¿Asumir el feminismo fue como encontrar la religión verdadera?

–Prefiero no usar la palabra religión, ni en forma metafórica siquiera... Para mí fue algo sumamente importante, se me abrió un camino de verdadera liberación, me crecieron alas.

Puede ser que yo no esté de acuerdo con formas radicales, pero por suerte, se trata de un movimiento con muchas corrientes, muchas tendencias. Entendí claramente que no se puede llegar al socialismo si la revolución no se hace en todos los planos, uno de los cuales es sin duda el del feminismo.

No hay toma del poder de la noche a la mañana, después de la experiencia con el bolchevismo, con la URSS, no podemos seguir repitiendo ese eslogan, sabiendo que lleva a una burocracia dominante. Eso no va más en política: hay que transformar la sociedad, ir produciendo diversos cambios para mejorarla.

El feminismo es fundamental por la modificación cultural profunda que promueve. Ya podemos ir sumando algunos logros, en el mundo y en nuestro país. Por ejemplo, enfrentando a la corporación médica en Santa Fe, denunciando uno por uno a los médicos. Aunque ya no tengo tantas fuerzas, viajé porque lo consideraba una cita de honor, aunque no pude estar en la columna..

Fue un gusto grande encontrarme a un grupo de compañeras jóvenes que se están perfilando con mucha fuerza, muy decididas. Y son muchas más las que se están movilizando, haciendo cosas que tiene que ver con el cambio.

¿Fue un bajón la llegada a Buenos Aires después de lo que viviste en Francia, donde ya estaba vigente el derecho al aborto?

–Me costó adaptarme aunque venía preparada, pero a la vez dispuesta a actuar con todo ese bagaje que había adquirido. Llegué en el ’84, me puse en contacto con unas compañeras que ya eran feministas, traduje artículos, nos reuníamos para intercambiar ideas. Después empecé a ir a las reuniones de ATEM, donde surge la idea de la Comisión por el Derecho al Aborto, ahí empezamos a funcionar con ese tema, en aquel entonces algo inaudito: frente al Congreso, juntando firmas con una pancarta que mencionaba un tema tabú. Hace más de veinte años, imaginate. Menos mal que encontré compañeras dispuestas a luchar por estas reivindicaciones, si no habría sido muy difícil para mí.

¿Siempre tuviste la convicción de que el aborto debía ser un derecho para todas?

–Sí, no te olvides de que estuve en un partido revolucionario, nos habían munido mucho de las ideas de Trotsky, de Lenin, cuyas primeras resoluciones fueron a favor del aborto. Después, Stalin retrocede, lo anula, lo vuelve a instalar. Me parecía un derecho aunque me faltaba articular la fundamentación, cosa que hago en Francia. Por eso volví a la Argentina con las cosas bien aclaradas y con la intención de llevarlas a la práctica.

¿La interrupción voluntaria del embarazo se convirtió en un tema prioritario para vos?

–Por supuesto, aunque me importan otros aspectos de la problemática de la mujer que hay que resolver. Si bien el miércoles estuvimos defendiendo el proyecto de ley con toda la comisión y mujeres que nos acompañaron, tengo mis dudas sobre lo que pueda pasar con el Parlamento que tenemos. Sin embargo, casi veinte diputadas y diputados nos dieron su apoyo, lo cual es un paso adelante.

¿A qué atribuís esta negación de la clase política en general a enfrentar abiertamente la discusión sobre el aborto conociéndose el número de mujeres que interrumpen sus embarazos y las consecuencias de aborto clandestino para tantas mujeres?

–Yo creo que la sociedad, en un alto porcentaje, está de acuerdo con ese derecho desde hace mucho, empezando por las mujeres, claro. Pero otra cosa sucede con las instituciones tradicionales, está el peso tremendo de la Iglesia, los sectores reaccionarios que resisten. Y lamentablemente, es poca la gente famosa –del espectáculo, de la cultura– que se juega abiertamente, por eso rescato mucho a las figuras que se comprometieron y firmaron a favor del derecho. También me pone muy contenta que haya cada vez más compañeras jóvenes feministas que toman la posta con entusiasmo.

Este proyecto plantea el aborto voluntario para las que lo deseen, no está sujeto a ningún condicionamiento hasta las doce semanas. El aborto no punible ya existe, hay que ir más lejos. Creo que nosotras hemos salido a expresar, a poner sobre el tapete una necesidad de la sociedad, esto es innegable.

Si la sociedad no lo estuviese pidiendo, no habría tal proyecto. Aunque las instituciones se empecinen en negarlo, en algún momento se va a imponer un requerimiento tan fuerte, la ley va a salir. Más allá de los problemas de salud, de maltrato y de muerte que genera el aborto clandestino, estamos hablando de un punto central en la liberación de la mujer.

Queremos que absolutamente todas, en todos los rincones del país, dispongan de este derecho, de la posibilidad de poder hacerse un aborto en cualquier hospital por libre decisión. No importa las excusas que esgriman: quienes se oponen no quieren la liberación de la mujer, quieren mantener ese control sobre su cuerpo, ése es su objetivo.

Por Moira Soto Publicado por Página12| 30-5-08

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1 de octubre de 2008

TANIA

HAYDÉE TAMARA BUNKE BIDER ‘TANIA’ (1937-1967)

Nacida en Buenos Aires el 19 de noviembre de 1937, Tamara Bunke era hija de padre alemán y madre polaca, ambos comunistas, ambos judíos y ambos maestros, que tuvieron que refugiarse en Argentina en 1935 huyendo de la persecución nazi. En Buenos Aires trabajaron como profesores. Además de alemán, la madre hablaba ruso y su padre, además de idiomas, daba cursos de gimnasia.

En 1951, cuando tenía 12 años, los padres regresan a su país para ayudar en la reconstrucción de la República Democrática Alemana. Allí conoció Tamara los relatos de dolor y muerte que había dejado el fascismo en ese país y en toda Europa y por eso, para mantener allí la lucha contra el fascismo, al llegar se integró a la Juventud Libre Alemana. Luego estudió en la Facultad de Letras de la Universidad Humboldt, fue instructora de tiro deportivo y ganó varias medallas.

Con sólo 18 años de edad comenzó a militar en las filas del Partido Socialista Unificado de Alemania.

Pero Tamara no olvida ni Argentina ni Latinoamérica. Con su acordeón, canta milongas y tangos y mantiene un contacto muy frecuente con latinoamericanos. La revolución cubana la llena de alegría, según narraba en una carta a un amigo.

En 1960 conoció al Che, quien viajó a la República Democrática Alemana al frente de una delegación comercial de la que Tamara y su madre eran traductoras. Ambos argentinos, ambos de ninguna parte, el Che y Tamara tenían muchos lazos en común y, desde entonces, se creó un circuito de simpatía entre ellos. Tamara decide establecerse en Cuba y contribuir a la defensa de la primera revolución socialista latinoamericana.

El 12 de mayo de 1961 llega a la isla invitada por el Ballet Nacional de Cuba de la mano de su directora, Alicia Alonso. Estudia periodismo en la recién inaugurada Universidad de La Habana; como hablaba francés, inglés, alemán, español y un poco de italiano, trabaja en el Ministerio de Educación, el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos y en la dirección nacional de la Federación de Mujeres Cubanas. Se hizo miliciana del CDR y también colaboró en el trabajo voluntario llenando sus manos de callos en las faenas agrícolas.

En 1963, comenzó un riguroso entrenamiento operativo para el trabajo de inteligencia, que le capacita cumplir complicadas y arriesgadas misiones, vivir clandestinamente, recopilar información, soportar en silencio todos los padecimientos sin poder compartir tampoco las alegrías revolucionarias.

En su interior todo se tiene que transformar. Tamara queda atrás y nace Tania, la que luego sería, junto al Che, la heroica guerrillera de las selvas de Bolivia.

En los primeros días de octubre de 1964, partió para Bolivia convertida en una etnóloga especializada en arqueología y antropología. El 20 de enero de 1965 había logrado su radicación definitiva y entablar relaciones con importantes personalidades gubernamentales. Tania comenzó a impartir clases particulares de alemán a los hijos de la oligarquía local, lo que le permitió visitar sus casas, relacionarse con sus familiares.

Contrajo matrimonio con Mario Martínez, estudiante de ingeniería eléctrica e hijo de un importante ingeniero de minas. La boda se celebró en la casa de la artista Yolanda Rivas de Plaskonska. De esa forma obtuvo la ciudadanía y el pasaporte boliviano.

El 1ro de enero de 1966 arribó a la ciudad de La Paz el representante de una importante y famosa firma de belleza que respondía al seudónimo de Mercy. Su verdadera identidad nunca fue descubierta por la CIA ni por los servicios secretos bolivianos. La misión secreta de Mercy era contactar con Tania para entregarle los nuevos códigos de las comunicaciones secretas.

Al iniciar la fase de preparación y organización de la lucha armada, Tania era ya un engranaje indispensable en el desarrollo del trabajo urbano de la guerrilla, aunque la idea general del Che no era de que participara en las acciones, sino que, dadas las posibilidades de conexiones en las altas esferas gubernamentales, dedicarla a la información y mantenerla como reserva, contando con alguien fiable para el ocultamiento de los guerrilleros e incluso la recepción de algún mensajero que viniese con algo extremadamente importante.

El 10 de julio de 1966 Tania inició los preparativos para la llegada de los guerrilleros: alquiló casas de seguridad que pudieran servir de almacenes y preparó recipientes para el envío de mensajes cifrados.

Cuando el Che llegó a Bolivia se entrevistó con ella y le transmitió las últimas instrucciones. El Che la había ordenado no regresar a Camiri porque corría el riesgo de ser localizada.

Sin embargo en marzo, una vez sorteados todos los obstáculos y cumplida su misión en Argentina, Tania regresa conduciendo en su todoterreno al francés Régis Debray y al argentino Ciro Bustos (superviviente de la guerrilla de Salta) a la Casa de Calamina en Ñancahuazú.

Fue un error. Su tercer viaje a la base guerrillera fue también el último. El Che no estaba. Mientras le esperaban, desertan Vicente Rocabado Terrazas y Pastor Barrera Quintana, quienes informan al ejército boliviano, a sus servicios de inteligencia y a los oficiales de la CIA, de la presencia de Tania en el campamento guerrillero y de que ésta había viajado en un todoterreno hasta Camiri. Allí el vehículo fue localizado con su documentación.

La reacción descubre a Laura Gutiérrez Bauer como guerrillera. A partir de entonces se incorpora a la lucha armada.

Le entregan un uniforme de campaña y un fusil M-1. El Che la destina a la columna de la retaguardia, dirigida por el cubano Juan Vitalio Acuña Núñez (Joaquín).

El Che ordena separar dos columnas. Al mando de Joaquín, la retaguardia guerrillera sale hacia Río Grande. En un terreno tan abrupto, la adaptación de Tania al medio geográfico fue asombrosamente rápida.

A finales de agosto, la retaguardia llega a la casa del traidor Honorato Rojas, un campesino de la región. Los guerrilleros durmieron en la casa del campesino y, al despuntar el alba, se retiraron, previo acuerdo de que al día siguiente Rojas los guiaría por un atajo hacia el Vado de Yeso. Así ocurre y antes de que el sol declinara a su ocaso, el campesino se despidió dándoles la mano. Los soldados esperaban agazapados en ambas márgenes del río, prestos a presionar el dedo en el gatillo.

El cubano Israel Reyes Sayas (Braulio) fue el primero en sentir el roce tibio del agua. Volteó la cabeza y, machete en mano, ordenó cruzar el río. Cuando todos los guerrilleros se hubieron sumergido en el torrente -excepto José Castillo-, con la mochilla pesada y sosteniendo el arma sobre la cabeza, el capitán Mario Vargas impartió la orden de abrir fuego desde ambas orillas.

Tania fue la penúltima en sumergirse en la rápida corriente del Río Grande, justo delante de Joaquín que cubría las espaldas de sus compañeros. El agua casi le llegaba hasta la cadera cuando se escucharon las primeras ráfagas. Intentó agarrar su fusil pero una bala le atravesó el pulmón.

La corriente la arrastró tendiéndola luego sobre un remanso. Los soldados no encontraron su cadáver hasta siete días después. Aún no había cumplido 30 años.

Desde entonces, cada 31 de agosto, manos desconocidas llenan de flores aquel lugar donde se encontró su cuerpo. De este modo la guerrillera Tania, la flor silvestre de Río Grande, convertida ya en leyenda, revive el grito de libertad que recorre América Latina.

Sus restos, identificados y trasladados a Cuba en 1998, reposan en un mausoleo en Santa Clara, junto a los del Che y demás guerrilleros inolvidables.

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15 de septiembre de 2008

CAPITANA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Este mes se cumplen 16 años de la muerte de Micaela Feldman de Etchebéhère, la argentina nacida en Moisés Ville en 1902 que comandó una columna del POUM en la Guerra Civil Española.

Amiga de Cortázar, de Alfonsina Storni, de André Breton, de Copi, su extraordinaria trayectoria es poco conocida entre nosotros. Fue Juan José Hernández, en 1985, quien me inició en la historia de esta mujer que no sólo combatió en la guerra, sino que –como habría de descubrir en años de investigación– vivió a tope la aventura ideológica del siglo XX.

Hija de judíos rusos, Mika crece con los relatos de los revolucionarios evadidos de los pogroms y las cárceles de la Rusia zarista. A los 15 años, en Rosario, ligada a las anarquistas, pronuncia su primer discurso.

En 1920 estudia odontología en la UBA y conoce a Hipólito Etchebéhère, su compañero. Juntos emprenderán una vida consagrada a la militancia. Sus primeros pasos: el grupo Insurrexit, la línea más izquierdista de la Reforma, donde confluyen marxismo, anarquismo y socialismo; su paso por el PC, 1924, de donde son expulsados en 1926 por su desacuerdo con la dirección y su apoyo a Trotsky (aunque no forman parte orgánica de un grupo trotskista).

El viaje por la Patagonia, donde recogen testimonios sobre la masacre de los peones rurales en manos del Ejército, mientras arreglan dientes.

En 1931 viajan a Europa en busca de la revolución. España, primera decepción: la República reprime duramente a los manifestantes que reclaman el cumplimiento de las promesas.

Luego París, estudios y vínculos con revolucionarios. Octubre del ’32, Berlín, son testigos de la derrota del proletariado alemán y el ascenso al poder de Hitler. Francia en el ’33, el grupo clandestino Que Faire, de oposición al stalinismo. Y al fin España, 1936. (Cuarenta años después, Mika publica un libro con sus recuerdos.)

Mika e Hipólito se unen al POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), cercano a sus ideas. Parten con una columna motorizada que comanda Hipólito. Un mes después, él muere en el combate de Atienza. Mika quiere matarse, pero le parece oír a su compañero: “¿Qué haces con nuestros principios? Ya resolverás tu pequeño destino individual después de la revolución. No es el momento de morir por sí mismo”.

Decide hacer suya esta guerra. Pero no será fácil para Mika convivir e imponer su autoridad a esos hombres, revolucionarios pero machistas. “En otras compañías son las muchachas las que lavan y hasta remiendan los calcetines”, protesta el miliciano. “Las muchachas que están con nosotros son milicianas –le contesta– no criadas. Estamos luchando todos juntos, hombres y mujeres, de igual a igual, nadie debe olvidarlo. Y ahora dos voluntarios.”

Siempre habrá voluntarios porque Mika explica lo que ella misma va aprendiendo, y se preocupa de que no les falte comida o abrigo, de escucharlos y comprenderlos, de que ceda la tos con ese jarabe que ella misma les lleva a las trincheras, entre el silbido de las balas. Poco a poco, y pese a su ignorancia en estrategia militar, va asumiendo el lugar de jefa: en Sigüenza exige al emisario fascista que le lleven las condiciones de rendición por escrito y firmadas para ganar tiempo, ordena resistir, atacar, distribuye las funciones.

Ella elige una palabra oportuna para hacerse obedecer, elige alentarlos cuando las injurias del PC contra el POUM desmoralizan a sus milicianos, andar en cuatro patas por las trincheras, acostarse en el barro, empuñar las armas, mantener vivo el ideal revolucionario luchando codo a codo con sus milicianos. Ellos mismos la nombran capitana y la columna del POUM, combatiendo con pocas armas contra un enemigo mucho mejor equipado, realiza proezas en distintos frentes. Sigüenza, Moncloa, Pineda de Húmera, cada vez más alto el riesgo.

Su fama temeraria hace que los altos mandos la designen para tomar el cerro de Avila. Los han mandado al asalto sin protección y Mika ve morir a sus milicianos. Se refugia en el Liceo Francés hasta el fin de la guerra, cuando regresa a París. De una guerra en la que combate a otra de la que debe huir por su origen judío. La familia Botana la asila en la Argentina.

Desde 1946 hasta su muerte vive en París. No hay acontecimiento político en el que no se involucre, que no provoque sus lúcidas reflexiones. En el ’68 francés, con unos guantes blancos, recoge adoquines y explica a los estudiantes cómo evitar que el negro en sus manos los delate si son sorprendidos por la policía. No puede imaginar el guardia que acompaña a su casa a esa señora de 66 años, elegantemente vestida, que en su cartera están aquellos guantes tiznados.

por Elsa Osorio Publicado en Página12

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29 de agosto de 2008

LA LUCHA COMO FIRMA

Obrera metalúrgica durante diez años, miembro de la resistencia peronista, luego de la Agrupación Evita del Gremio del Vestido, Elsa Mura comenzó su vocación militante volteando "milicos" durante una huelga mediante un certero disparo de gomera. El "arma" le fue secuestrada por el Consejo de Guerra del '76. Hoy participa de movilizaciones y asambleas, y reconoce que siempre fue feminista sin saberlo.

Me detuvieron muy cerca de la fábrica en una de las grandes huelgas metalúrgicas de los años '50... Yo era muy flaquita y me llevaron de las trenzas, a la rastra. Terminamos en la comisaría que está frente al hospital Ramos Mejía. Estaba sentadita ahí en un banco del patio mientras las mujeres hacían un alboroto en la calle... Me hacen pasar y el comisario me dice: 'Mirá, chinita, la próxima vez que te traigan voy a llamar a tus padres para que ellos te encierren. ¿Por qué te trajeron?'. 'Y –le digo– porque volteé un milico.' Es que yo había volteado al de la montada de un hondazo, y entonces me persiguieron hasta agarrarme..."

Elsa Mura apenas pasaba los veinte años. Desde los 17 ("yo había entrado como aprendiza en 1952, cuando murió Evita") trabajaba en una fábrica de radios del barrio porteño de Once. "Eramos 197 en total y habría sólo ocho o nueve hombres. Las delegadas éramos cinco mujeres. Y las que corríamos más rápido, las que podíamos treparnos a cualquier lado, las que usábamos con mucha facilidad la gomera éramos las encargadas de la seguridad, las que enfrentábamos directamente a la Montada... La Policía Montada siempre fue salvaje. Se vio esta vuelta en Plaza de Mayo. Yo he hablado tantas veces de esta represión durísima... Y me sigue llamando gente que ahora entiende aquello que contaba."
Eran tiempos de tormentas. Luego de que en septiembre de 1955 las Fuerzas Armadas derrocaran al gobierno de Juan Perón, la "resistencia peronista" se extendió como un reguero y, a puro fervor y anonimato, pasó de pintadas con cal y pinchazos de neumáticos a "la etapa superior" del mimeógrafo, los conflictos fabriles, quites de colaboración, sabotajes, huelgas, "caños" y luchas callejeras.

Elsa Mura, descendiente de comenchingones, hija de padre anarquista devenido peronista y de madre costurera y socialista, se metió de cabeza y casi sin darse cuenta. "Entré en la Resistencia medio como jugando, porque a mí, realmente, Perón muchas cosas no me decía...

Pero yo no podía quedarme afuera de esas luchas, era una resistencia obrera, de acciones constantes, viajar a todos lados, ir a los plenarios de trabajadores, quedarnos con la camioneta en el camino, empaparnos... Me acerqué más al peronismo luego, cuando se constituyó la Juventud Peronista. Yo tenía una compañera de fábrica, una negra catamarqueña muy valerosa, gran amiga, que me decía en las corridas: 'Yo te voy a hacer peronista a vos, ¿qué mierda vas a ser si no?'."

La chica de la gomera

Creo que después de aquella gran huelga, la gomera no dejó nunca de estar en mi mano o en mi bolsillo, iba a todos los lados con ella... Hace poco, yo, en el Encuentro Nacional de Mujeres de La Plata, veía a las compañeras de General Mosconi, cuyas manos mostraban cicatrices y les decía: "La gomera no las tiene que hacer a ustedes, ustedes deben hacer lagomera.. Debe tener la cavidad justa de la mano y ser tan suavecita como ella... Y hay que practicar para lograr la puntería.

–¿Aún tenés la tuya?

–No. Me la sacó el Consejo de Guerra en el '76. La caratularon como arma de guerra. Me preguntaron por qué la tenía. Les dije que era mía desde chica, cuando cazaba vizcachas en pleno campo, en Pedernera, al sur de San Luis, donde viví hasta los 14 años. Allá salíamos con mis primos en las noches de luna a cazar vizcachas. Yo tenía una puntería... Y esa gomera, que traje a Buenos Aires un poco por nostalgia, me sirvió después para defensa. Estaba más suavecita que mi mano, la había hecho yo..

En esa época usaba buzo, un cangurito con dos bolsillos que siempre estaban llenos de piedras. Y ahí andaba, flaca como un fideíto y siempre con unas alpargatas de suela de goma, las "boyerito". Una vuelta, mi papá me encontró toda embarrada y mojada porque había llovido y hacía mucho frío. Y me llevó, me alzó como a una muñequita, me sentó en una pared, sacó un pañuelo, me secó los pies y me dijo: "Venga, m'hija, le voy a comprar unos zapatos para que pueda correr sin resbalar". Y me los compró. Pero cuando se fue, yo até los cordones como él me contó que había hecho el 17 de octubre y me los colgué al hombro. Y volví a las "boyerito". Hace un tiempo vi una foto mía en un afiche sobre el Cordobazo. Voy corriendo con la gomera y parece que floto en el aire porque las puntas mis pies no llegan al suelo, como volando... Sin aliento

–Trabajé diez años como metalúrgica. Ese grupo de mujeres fue fantástico En la fábrica hacíamos radios y todas teníamos una chiquita, como tu grabador. Por ella escuchamos que había sido tomado el Frigorífico Lisandro de la Torre. Nos miramos: 'Las mujeres tenemos que ir'. Y fuimos.

Era el 5 de enero del '59. Y nos metimos en la gran gresca, en lo que fue Mataderos durante esas 48 horas que pararon al país. Allí nos fogueamos en los enfrentamientos con la policía y la gendarmería. Yo pienso –no sé si tendré razón– que fue a partir de esa gran revuelta que se formó la Juventud Peronista.

Después nos reunimos en la sede del Gremio de Empleados de Farmacia, cuyo secretario era Jorge Di Pascuale. Y el 3 de abril marchamos por primera vez los obreros organizados junto con los estudiantes a Plaza de Mayo. En la 9 de Julio nos esperaba la Montada, que nos dio una paliza de aquellas. Y ese mismo año tuvimos la gran huelga metalúrgica, con 45 días en la calle, enfrentados con la Policía Montada.

Cuando los "cosacos" atacaban, yo me colgaba de la boca del caballo, del freno, porque así el animal no responde al mando. Lo había aprendido en el campo, cuando iba a la escuela a caballo.

–César Marcos, uno de los artífices de la Resistencia, decía que las mujeres eran la base de la organización de retaguardia, que "salían del aire, de los adoquines...", que su papel, nunca reconocido, había sido clave.

–Estuvimos en las luchas, como siempre, pero peleando denodadamente el lugar. A las mujeres se les encargaba sobre todo organizar la estadía para los compañeros clandestinos que llegaban, darles un sitio seguro, ser su cobertura, llevarlos de aquí para allá, organizar las charlas y reuniones secretas.

Pero también participábamos, como obreras fabriles, en los quites de colaboración, en las huelgas de brazos caídos. Eramos muchas las que participaban de las movilizaciones y, en mi fábrica, las cinco que resguardábamos al resto veníamos del campo y usábamos la gomera. En las asambleas gremiales era difícil que nos permitieran hablar, a mí eso me enfurecía, teníamos que "hacer barra" para poder opinar.

–¿Vos lograbas participar?

–A veces, cuando la pelea era muy grande. Era muy difícil en metalúrgicos, donde nosotras estábamos muy enfrentadas con Vandor, el secretario del gremio, que negociaba con la patronal todos los conflictos. Una vez me agarró de la remera y me sacó afuera: "Vos te vas de acá, que sos una negra comunista y no tenés nada que hacer con los peronistas", me dijo. Pero la negrada de la fábrica se puso de pie gritándole: "Si la echás a la Negra, nos echás a todas". Y se pararon para irse. Y entonces él tuvo que ir a buscarme a la planta baja, ahí en el local de la UOM de la calle Loria.

Era indignante. No se nos reconocía un lugar, un espacio, una identidad. Debíamos hacer mucho más que los hombres, trabajar más que ellos para ganarnos el derecho a opinar. Cuando nosotras ocupamos por última vez la fábrica, porque nos habían echado, y tras 27 días de estar allí (yo, con mi beba de nueve meses) logramos un acuerdo, Vandor vino, lo desconoció y arregló con la empresa. –Se unían burocracia sindical y discriminación como mujeres. –Sí, y el rechazo a que las mujeres participemos y opinemos recién ahora está cambiando; en la CTA, por ejemplo, se nos reconoce un lugar, y al mismo tiempo nosotras estamos en todas partes, en el trueque, en las asambleas populares, en la calle. Mi papá una vez me dijo: "Usted debe cuidarse, porque usted ha tenido la desgracia de nacer mujer" (él me trataba de usted cuando me decía algo importante). Yo llegué a pensar que él quería un hijo varón, pero hoy tiendo a creer que se preocupaba porque sabía de las dificultades que tendría.

"Si usted quiere ser dirigente, no se haga apalear al pedo, golpee y huya, no se quede...", me decía. Siempre estuvo cerca nuestro y su experiencia de anarco nos fue muy útil. Claro que discutíamos. "El 'hombre' (por Perón) nos dio a nosotros las ocho horas de trabajo, el aguinaldo, las vacaciones, nos dio la posibilidad de esta casa... Usted debe entenderlo", me decía. Estaba separado de mi mamá, muy cariñosa, demasiado sufrida, pero una mina espléndida, toda la vida obrera de la costura. Mis dos hermanas eran radicales; yo, la menor, era la oveja negra y la joyita de mi viejo.

La noche

Elsa Mura fue detenida el 24 de junio de 1976 en un operativo de las Fuerzas Conjuntas, que ocuparon la casa de Colegiales donde vivía con sus dos hijas y con una pareja de compañeros. Luego de sufrir interrogatorios y tormentos durante cerca de dos meses en un sitio no ubicado, fue juzgada por el Consejo de Guerra Nº 1. "Además de nosotros, buscaban a mi marido, que había dejado el país en 1969.

Y a mí me acusaban de entrar a la industria para movilizar a la gente, cosa que no pudieron probar porque yo había sido obrera natural de fábrica toda la vida, desde que vine del campo hasta que me agarraron." Por entonces, Elsa trabajaba en talleres de confecciones y desarrollaba una intensa tarea gremial y política en la Agrupación Evita del Gremio del Vestido y en la Coordinadora de Gremios en Lucha, organismos vinculados con la "Tendencia" que se identificaba con Montoneros.
Salió de la cárcel de Villa Devoto a principios de 1978, un año terrible en el padeció la muerte de su padre, que había enfermado gravemente tras su detención, y luego, en Navidad, de su hija Miriam, muerta en un accidente junto con el novio.

A la deriva, sin casa segura, yéndose de los trabajos donde entraba porque sabía que la seguían y controlaban ("me mudé de la casa de Colegiales, que estaba destruida, un día de tormenta huracanada en que nadie podía vigilarme"), consciente por vez primera de la dimensión de la matanza, contando lo que había sabido en la cárcel en volantes que hacían con un amigo y que dejaban en los mercados o metían bajo las puertas, Elsa atravesó desguarnecida aquellos tiempos durísimos.

"Sobre todo, fue una etapa de inmensa soledad. Por todo lo que perdí, mi padre, mi hija... Y también por empezar a tomar conciencia de que a los compañeros les habían pasado cosas peores que a mí. No lograba entender que no estuvieran más. Nunca volví a saber de las compañeras de la Agrupación Evita, de Mercedes, una delegada que secuestraron, de tantas otras. Al parecer, sólo yo volví."

Y entrábamos a pata

Se fue recuperando. Y salió. Otra vez estuvo "en todo lo que se movía". Trabajó en varios talleres y se relacionó con las compañeras, las ayudó a organizarse. Cuando llegó la democracia, armó con aquellos contactos una agrupación, la Macacha Güemes.

Estudió "por el placer de saber": hizo talleres de la Utpba, radio, cursos: es "abuela cuentera" en la escuelas, titiritera, artesana, diplomada en diseño de modas. Trabajó en una fábrica de camisas de Villa Crespo hasta que cerró, a principios de 1994. Y ya no consiguó trabajo fabril. Hizo corretajes, venta.

Creó una agrupación barrial de mujeres en Tres de Febrero, donde vive, ayudó a organizar la Marcha Federal. Ahora, con sesenta y tantos, cuida chicos, va a las asambleas barriales, a los debates, a las movilizaciones. Desde hace tres años está en el trueque, que hoy es parte crucial de su sustento. Participó en el Primer Encuentro Nacional de Mujeres –"dirigí el taller de mujer y trabajo"– y, desde entonces, en todos.

"Siempre he sido feminista sin saberlo, luchando a rajatabla por la igualdad. En los corretajes he conocido la vida de las mujeres quiosqueras, que trabajan más de 18 horas y cuidan a su familia, todo junto. La de la mujer es una revolución que no se detiene.

–¿Cómo ves esta actual etapa de movilización?

–Creo que en diciembre saltó la bronca, la energía acumulada. Como en el Cordobazo. Esto no surgió de la nada, viene de antes. Y a mí me gustaría tener 15 años. Mi esperanza es la gente en la calle, porque de ese modo se está construyendo algo. En los '60, en los '70, cuando las calles, las paredes eran nuestras, la comunicación era directa y todo era posible. Y esta vez va a ser muy difícil que la gente vuelva a su casa. Yo lo veo en mi barrio, en las asambleas por el agua, en el respeto a la opinión del otro. Sobre todo de la gente de abajo, la que más sufre...

–Haciendo un balance, ¿creés que valió la pena?

–Creo que sí. Porque la lucha de los pueblos nunca muere, ni la esperanza, que es como el sol. Alguna vez he pensado que gasté mi vida peleando. Pero... ¿sabés qué? También nos divertíamos y mucho. Estaba la risa, la viveza criolla, cómo nos burlábamos... Hasta de la Montada, de los perros, o de la Policía Caminera, que cerraba la ruta para que no pasáramos y nosotras entrábamos a pata.

Lila Pastoriza Publicado en Las12 el 8 de Marzo de 2008
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13 de agosto de 2008

EVITA

Un 26 de julio de 1952, a las 20.25, un locutor oficial anunciaba, con voz contenida, la muerte de la señora Eva Perón. Un parco y escueto mensaje que no por esperado provocaba un dolor menos profundo en el pueblo argentino.

A esa hora, a los 33 años, al morir Eva Duarte de Perón, Evita entraba a la inmortalidad de la mano de una muerte prematura cuya razón podría encontrarse en la enfermedad, que el odio de algunos festejó. Sin embargo, desde siempre hemos sabido, aun en contra de cualquier evidencia empírica, que fue la pasión de una entrega desmesurada la que aceleró su vida, consumió su salud y le dio, a Eva, la majestuosa dimensión de la tragedia.

Quiso el destino que quien fuera la abanderada de los humildes perdiera la vida muy joven, tan joven que el imaginario colectivo la ha dejado suspendida en el tiempo y fijada en su plenitud física como los héroes de las epopeyas clásicas, cuando todavía había tan poco lugar para las mujeres.

Eva, una mujer, “esa mujer”, interpelada una y mil veces por la política, la historia y las artes junto con la Evita de los recuerdos de nuestras madres que nos enseñaron a quererla, y la Evita de los cuentos con los que se las presentamos a nuestras hijas e hijos, nos lleva a preguntarnos: ¿Quién era Evita?

Seguramente quienes la recuerdan como una madre, que enseña a defender la propia dignidad en la entrega cariñosa de los primeros zapatos, los vestiditos abullonados, los pantalones largos, la primera muñeca o la única bicicleta, o quienes la recuerdan enfurecida, con los frágiles puños cerrados para contener el dolor de tanta injusticia, aporten las diversas miradas que construyen a una y múltiple Eva, que se reconstruye a sí misma una y otra vez a lo largo de la historia.

Y, así como alguna vez Octavio Paz trató de entender la complejidad de una mujer como Sor Juana Inés de la Cruz, recurriendo a una ruptura temporal que le permitía verla en un campus de una Universidad norteamericana, en jeans y cargada de libros, podríamos, en este siglo XXI, retomar un ejercicio contrafáctico y colocar a Eva entre nosotras.

Entonces, al decir de Feinmann, la ucronía se desboca imaginando cómo hubieran sido los distintos escenarios históricos alumbrados por la omnipresencia de Evita.

Si pudiéramos encontrarla a la vuelta de una esquina, veríamos a una Eva encendida por las pasiones, capaz de amar pero también de odiar, “porque era así, sabía odiar”.

Y Eva odiaría a quienes desarticularon la utopía de la patria libre, justa y soberana, a quienes sumieron al país en la miseria, a quienes utilizaron la tortura y las desapariciones para acallar al pueblo, a quienes se adueñaron de la cosa pública y la transformaron en un negocio privado cobijados en las sangrientas dictaduras y en las condescendientes democracias que nos llevaron al infierno.

Esta Eva se empeñaría en distribuir los recursos de una tierra generosa para que los ricos fueran menos ricos y los pobres menos pobres. Evita se asombraría ante tanta indiferencia y desamparo y volvería a entregar colchones y frazadas, muñecas, pelotas y bicicletas, trabajo y viviendas a quienes, en un país en crecimiento, todavía no los tienen.

Evita vería que, después de haber atravesado el desierto, algo hemos hecho en los últimos años para salir del infierno, pero no le alcanzaría para quedarse tranquila…

Por eso, esta Eva descubriría el nuevo rostro de la oligarquía, que no es otro que el de la desigualdad y el no derecho a tener derechos, sería una Evita a la que -parafraseando a Unamuno- le dolería Argentina por la indiferencia, la hipocresía, la avaricia y el desamparo, esta Evita andaría sin parar hablando de la distribución del ingreso y recorriendo nuestros paisajes urbanos y rurales con las armas de su palabra de combate y entrega: “Siento deseos irrefrenables de quemar mi vida, si quemándola pudiera alumbrar el camino de la felicidad del pueblo argentino”.

Mónica Capano
Mujeres Marchando

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JUANA AZURDUY

La Historia con mayúsculas –la de las revoluciones y las guerras que cambian el rumbo de los pueblos– se inscribe en esa trama formada de historias cotidianas de miles de seres anónimos que, las más de las veces, no han participado en el fragor de ningún campo de batalla.

De los y las que sí participaron, sin duda, hay quienes están imbuidos de un aura irresistible por el arrojo con el que defendieron un ideal de justicia. Tal es el caso de Juana Azurduy, la heroína sin par que signó el proceso independentista en América latina y que marcó a fuego la historia de las mujeres.

Nació el 8 de marzo –una adelantada, podría intuirse, si se considera la significación que tendría esa fecha años después para las mujeres de todo el mundo– de 1780 en Chuquisaca (Bolivia). Su madre, mestiza, le enseñó a hablar en quechua, luego aprendería el aymara de los indios con los que trabajará en el campo. Su padre, un criollo de posición acomodada, fue el que le transmitió los rudimentos necesarios para convertirse en una jineta imbatible.

En Chuquisaca conoce al que será su compañero en la cama y en las armas: Manuel Ascencio Padilla, uno de los guerrilleros más destacados en la lucha por la independencia del Alto Perú. Con él tendrá dos hijos y dos hijas que morirán de disentería en 1813 mientras Juana huye con ellos de las tropas reales. Al año siguiente de esa brutal pérdida queda nuevamente embarazada y vuelve junto a su marido al combate. Su quinta hija, Luisa, nace en medio de una batalla junto al Río Grande.

Luego del parto, mientras intentaba escapar con la beba recién nacida, fue emboscada por un grupo de suboficiales españoles a los que les hizo frente y salió ilesa junto a su pequeña. Este tipo de actos son los que convirtieron a Juana Azurduy en una especie de ser mítico para muchos de sus contemporáneos, que la asociaban con una especie de deidad relacionada con la Pachamama (Madre Tierra).

Luego combatió a los realistas en la zona comprendida entre Chuquisaca y Santa Cruz de la Sierra y lideró la guerrilla que atacó el cerro de Potosí (1816). Debido a su actuación, recibió el rango de teniente coronel y Belgrano, al frente del Ejército del Norte, le hizo entrega simbólica de su sable.

Sus heroicas hazañas y una vida signada por el profundo dolor que provoca la pérdida de los seres amados –al poco tiempo del nacimiento de su hija Luisa, los realistas matan a Manuel Padilla y exhiben su cabeza clavada en una pica durante meses en una plaza pública– ubican a Juana Azurduy en un particular linaje de mujeres rebeldes.

“Es la expresión del protagonismo político y militar de cientos de mujeres del Alto Perú en la lucha anticolonialista. Ella recoge la bandera de la decidida participación de Micaela Bastidas, compañera de Túpac Amaru, y de Bartolina Sisa, compañera de Túpac Katari”, recalca Graciela Tejero Coni, historiadora del Museo de la Mujer de Argentina.

“La participación de Juana Azurduy rebela el carácter de rebelión popular de nuestra lucha por la independencia, sumando los componentes clave para una verdadera y definitiva liberación en América: mujeres e indias.”

Tanto Micaela Bastidas como Bartolina Sisa estuvieron al frente, junto a sus maridos, de las rebeliones indígenas de fines del siglo XVIII en el Alto Perú. Ambas fueron sentenciadas a muerte por los españoles –en 1781 y 1782– junto a sus familias.

Juana armó su ejército de Amazonas entre 1811 y 1826, con mayoría de mujeres mestizas e indias, cuyos intereses económico-sociales también estuvieron postergados por la política realista.

“Juana ha sido casi completamente reabsorbida por la historia oficial de la lucha por la independencia, que no tiene ningún pudor en utilizarla”, sentencia María Galindo, del colectivo anarco-feminista Mujeres Creando, con base de operaciones en La Paz, Bolivia.

“Hoy Juana es una figura de relleno, despojada de su propia dimensión histórica y de sus visiones. Es recordada, pero de la manera más simplificada. La lucha anticolonial ha quedado como un proceso unitario y unificado por Bolívar, cuando en realidad fue un proceso variopinto y con diferentes tesis ideológicas que la historia oficial que parte del proceso bolivariano invisibiliza, anula y minimiza.”

Luego de la muerte de su marido Juana Azurduy se unió a Martín de Güemes en la frontera del norte argentino, donde combatió junto al caudillo hasta que fue asesinado, en 1821. Juana entró en una profunda depresión. En 1825 solicitó auxilio económico al gobierno argentino para retornar a Chuquisaca, ciudad en la que murió un 25 de mayo, a los 82 años, en la mayor pobreza.

Publicado en Las12 el 25/05/2007

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7 de agosto de 2008

MICAELA BASTIDAS

Mujer peruana, nació en Pampamarca en 1745. Su vida fue fugaz aunque intensa. A los 15 años contrajo matrimonio con José Gabriel Condoncarqui, quizá más conocido como Túpac Amaru II, quien fuera descendiente directo del último Inca muerto a manos de los españoles en 1572.

Tuvieron tres hijos con los cuales conformaron una familia de típicos rasgos incaicos donde la igualdad en el matrimonio era un hecho que la larga tradición de la doctrina cristiana española no pudo doblegar.

Micaela compartió con su esposo los ideales de libertad, convirtiéndose en los años de lucha en una de sus principales consejeras.

La historia nos cuenta que José Gabriel debido a sus prósperas actividades económicas, empezó a sufrir la presión de las autoridades españolas quienes lo sometieron al pago de prebendas e impusieron la obligación a todos los indígenas de participar en la mita.

Buscando una solución pacífica junto a Micaela, elaboró y elevó una petición formal ante la Real Audiencia de Lima para la liberación del trabajo de los indígenas en las minas, la que fue rotundamente denegada.

Da inicio entonces la idea de la rebelión contra las autoridades españolas, donde la labor de esta mujer luchadora fue decisiva.

Con su actuar logró ganar el apoyo del pueblo sin hacer diferencias entre nativos y criollos, sino entre ellos y los españoles, forjando así la base para la futura independencia, aislando al máximo al enemigo al aunar todas las fuerzas posibles.

La rebelión va a estallar en Tinta con el apresamiento y ejecución del Corregidor en noviembre de 1780 y desde allí se propaga con el objetivo de llegar a tomar Cuzco, hacia donde parte Túpac Amaru II, quedando Micaela como Jefa del Estado Mayor de la gran rebelión.

La victoria definitiva requería que las tropas de Túpac Amaru crecieran con nuevos refuerzos a medida que se acercaban a Cuzco para la batalla final. El contacto mediante correspondencia con su esposa se hizo indispensable. Ella recogía información por medio de espías y contaba con una innata visión estratégica del conflicto.

Por su capacidad organizativa y de conducción se convertiría en el cerebro de Túpac-Amaru. Será la mujer que lo guía, lo alienta y a veces lo recrimina. Tal como lo preveía Micaela, la lentitud de la rebelión en llegar a Cuzco signó el fracaso. Las consecuencias fueron dramáticas.

Capturada junto a los líderes del movimiento fue ejecutada en la Plaza de Armas de Cuzco. Sus verdugos no pudieron cortarle la lengua hasta después de muerta por la resistencia que opuso, le anudaron al cuello una cuerda que tiraron desde lados opuestos y, mientras agonizaba, la patearon en el vientre y en el pecho. Esto aconteció a la vista de su amado compañero, el 18 de mayo de 1781 cuando tenía solamente 36 años.

María Teresa Mazzorotolo de Mujeres Marchando

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6 de agosto de 2008

HIPATIA DE ALEJANDRIA

El nombre de Hipatia significa “la más grande”.

La leyenda de Hipatia de Alejandría nos muestra a una joven, virgen y bella, matemática y filósofa, cuya muerte violenta marca un punto de inflexión entre la cultura del razonamiento griego y el oscurantismo del mundo medieval.

Como ocurre con todas las biografías de lxs matemáticxs de la antigüedad, se sabe muy poco de la vida de Hipatia, y de su obra se conoce sólo una pequeña parte. No existe certeza acerca de cuándo nació pero se sabe que murió en marzo del 415. Su madre permanece ignota pero sí se conoce a su padre quien fuera Teón de Alejandría, un renombrado filósofo y matemático de la época.

Teón supervisó la educación de su hija y, con un espíritu especialmente abierto para su época, permitió que desarrollara sus dotes excepcionales y se convirtiera en una astrónoma, filósofa y matemática. Quiso que fuese un ser humano perfecto por lo que vigiló la educación de su mente y de su cuerpo. Este entrenamiento consiguió su objetivo ya que la belleza de Hipatia y su talento fueron legendarios. Se dice que fue superior a su padre, especialmente en la observación de los astros.

En una época en que eran verdaderas excepciones las mujeres que tenían acceso al conocimiento, Hipatia no sólo pudo alcanzarlo sino que además obtuvo renombre y respeto por ello en los círculos más altos de la intelectualidad. En el año 400 su conocimiento era tal, que la nombraron directora del Museo al que en ese momento pertenecía la legendaria Biblioteca de Alejandría.

Vivió durante la época del Imperio Romano en Alejandría, aunque podemos considerar que por su formación era griega, por la ubicación de Alejandría, egipcia, y por la época, romana.

Después de haber recibido enseñanza en filosofía y matemáticas de los profesores del Museo, Hipatia viajó por Italia y Atenas. Se dedicó, al volver a Alejandría, a enseñar Matemáticas, Astronomía, Filosofía y Mecánica a personas de todas las religiones. Estaba bien considerada tanto en la comunidad cristiana como en la suya propia.

Hipatia nunca se casó, pues no lo deseaba, y esto en su época era inaudito. Se dedicó a alimentar su mente y a convertirse en una erudita. Fue respetada como una eminente profesora, carismática incluso.

El dato mejor conocido en la vida de Hipatia es su muerte. Pagana, científica y personaje político influyente, su situación fue cada vez más peligrosa en Alejandría.

En el 412 el patriarca Cirilo, cristiano fanático, persiguió a los judíos. El gobierno de Alejandría era disputado entre el Prefecto de Roma, Orestes, y el Patriarca de Alejandría, Cirilo.Dos campos se oponían violentamente con distintos intereses: el orden antiguo, simbolizado por el gobernador Orestes, defensor del imperio greco-romano y de la emergente comunidad judía; y el poder cristiano en expansión conducido por Cirilo, que se apoyaba en el nacionalismo egipcio, en el malestar social y en las masas oprimidas de esclavos y de no ciudadanos.

En el año 415 se inició una persecución contra todos los académicos del Museo a los que se les daba la opción de convertirse a la nueva fe o morir. Esto implicaba rechazar todo el conocimiento que tanto trabajo les había costado alcanzar. Hipatia se negó a hacerlo y se mantuvo firme a sus convicciones por lo que fue acusada de conspirar contra Cirilo.

En la cuaresma, un grupo de cristianos exaltados, la encontraron en el centro de Alejandría, la arrancaron de su carruaje, la dejaron totalmente desnuda; le tasajearon la piel y las carnes, hasta su muerte y luego descuartizaron su cuerpo.

Para algunos autores fue víctima del conflicto entre el poder civil de Orestes y el eclesiástico de Cirilo, más que de una confrontación entre paganismo y cristianismo, idea que surgió posteriormente entre los pensadores ilustrados, como Voltaire y Toland. Los asesinos de Hipatia no fueron castigados. Orestes, prefecto romano de Egipto, antiguo alumno y viejo amigo de Hipatia, informó a Roma para que se iniciara una investigación, que fue pospuesta repetidas veces.

Cualquier similitud con otras historias más recientes… es sólo coincidencia.

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